Descubrí a Emile
Zola durante mis clases de francés. La primera novela que leí de él fue Au Bonheur de Dames, una historia de
amor entre Denise Baudu y Octave Mouret ambientada
en el Paris del segundo imperio. Así que cuando llegué a estudiar a Paris, el
primer libro que escogí fue Germinal. De
esta forma honoraba a mi maestro de francés, a un escritor que comenzaba a
conocer y a mi nueva vida en Francia. Y fue esta novela que me mostró lo que
realmente era Emile Zola, no solo un excelente escritor, también un personaje comprometido
políticamente y alguien que marcó época e incitó corazones con este libro o con
su famoso J’Accuse.
Fue así que poco
a poco fui conociendo a la familia Rougon-Macquart, pues después de Germinal leí La bête humaine, La terre, Le
rêve y L’Assommoir. Este último simplemente
me fascinó (mi favorito después de Germinal),
viví cada momento de tristeza, desesperación y de logro con Gervaise, caí en lo
más bajo del alcoholismo con Coupeau y detesté tanto a Lantier. Nunca me he
sentido tan aliviada con el final de un libro, pues con la frase “Va, t’es
heureuse. Fais dodo, ma belle!» supe que Gervaise descansaba finalmente.
Alguien que me marcó
mucho de esta novela fue la hija de Gervaise y Coupeau, Nana. Esa niña con mirada maliciosa que era capaz de someter a
todos sus compañeros de juego. Esa niña que miraba a Gervaise tener relaciones
con Lantier sin sentir desagrado, sino más bien una cierta curiosidad. Entonces
en mi siguiente Zola, decidí leer Nana.
Anna o Nana se convierte en prostituta y se vuelve famosa gracias al teatro de
variedades. Algo que descubrí fue que Zola detestaba ese género, por lo que lo
describe grotescamente. Tengo que reconocer que a mí me gustaba Offenbach y
después de saber lo que Zola pensaba siento que ya no es lo mismo.
Volviendo a Nana,
después de que ella triunfa en el teatro (y no precisamente por sus dones
actorales) se vuelve amante de burgueses y ricos de la sociedad parisina. Así
Zola nos describe lo que en francés llama “la société mondaine” del segundo
imperio, donde los condes(as), duques(as) y demás miembros de la burguesía se
dejaban llevar libremente por sus deseos carnales. Nana comienza a montar
escalones en la sociedad hasta un momento donde se cansa de todos y se vuelve
amante de un compañero de teatro. Ella intenta llevar una vida normal, mujer en
el hogar, esposa, madre y amante. Pero como en todos los libros de Zola, algo
sale mal y termina reducida a mujer golpeada, prostituta de calle, perseguida
por la policía y con tendencias lésbicas. Cuando finalmente toca fondo decide
regresar al teatro con un personaje muy diferente a lo que era en realidad, una
mujer de muchos valores de la alta sociedad. El fracaso es total e inmediato, por
lo que decide volverse esa mujer en la vida real. Claro que para lograrlo se
acuesta con cuanto rico la aborde, principalmente el conde Muffat. Es así que
comienza su vida de “comedora de hombres”, consumiendo de cada uno su fortuna y
dignidad. Aquí comienza la decadencia de Nana, pues se ve cada día más consumida
por el vicio de sexo (ya sea con hombres o mujeres) y de fortuna. Hasta el
momento que comienza a reconocer en lo que se ha convertido, entonces decide
vender todo y viajar. En esta parte del libro me parece que algo hizo falta,
algo sobre los remordimientos de Nana (si tenía) o la vida que llevó mientras
estuvo lejos. Pues en el último capítulo encontramos a Nana enferma de viruela,
tirada en una cama de un gran hotel y rodeada de mujeres, sin más detalles. En
las últimas frases del libro, Zola describe la deformación que sufre Nana a
causa de su enfermedad. Una Nana putrefacta como reflejo de su vida y al mismo
tiempo como una alegoría a la sociedad francesa de la época. Todo esto bajo los
gritos de “A Berlin! A Berlin” que marcan
el inicio de la guerra franco-prusiana y el fin de Napoleón III.
Nana no fue uno de mis libros favoritos de Zola. Su muerte me pasó desapercibida pues no sentí que mi respiración
se retenía mientras leía las últimas líneas hasta llegar a una euforia de saber
que todo había terminado, como en el caso de L’Asommoir. Pero como aun me faltan 13 libros de la serie
Rougon-Macquart, tengo la esperanza de encontrar a mi viejo amigo y todas las
emociones que sus recitos me producen.
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